martes, 12 de octubre de 2010

La lucha



Y sus mañanas siempre amanecían grises, envueltas en calorcito caliente pero triste, mañanas de encuentro y soledad, de intimidad y anhelos. Uno de sus profundos anhelos era dejar de anhelar, dejar de esperar, y a la vez esperar era la única salida. Dejar de esperar era renunciar y él había sido entrenado para luchar. Quizás en este caso no era la salida sino la entrada, la lucha significaba la falta de paz y la paz andaba a la vuelta de la esquina. Era cuestión de soltar, de dejarse caer, de sucumbir a lo que sentía, pero no podía. Aquello que sentía era demasiado para él, dejarse hacer era traicionar su estabilidad y en realidad la paz le asustaba más que la guerra. En la guerra siempre estaba preparado para defenderse, atacar si era necesario, pero en la paz no había razones para las armas, las corazas ni las barreras. En la paz no había donde esconderse, donde ocultar sus pesares, la paz se le antojaba demasiado dolorosa para ser una opción saludable. Dejar de luchar era su sueño y para alcanzarlo luchaba sin cesar.