sábado, 3 de febrero de 2018

El monocromático



Tengo una pena dentro, está así como al fondo, detrás de la alegría, el aburrimiento y el desencanto. Las penas suelen ser así, pequeñitas pero matonas, al menos las mías. Yo soy más bien de la alegría, me honra con su presencia bastante a menudo y soy su fiel defensora además de su aduladora. Las penas las guardo un poco más adentro, su problema es que no les doy mucho protagonismo aunque tengan bastante peso. La alegría es ligera, suave, etérea, en cambio la pena es pesada y sólida. Para pasarla a estado gaseoso hay que rumiarla bastante. El precio de la pena es que si no la localizas, se va expandiendo por tus sentires así cual acuarela gris. Va tocando todos los colores, quitándoles brillo y resplandor. La pena se va comiendo la fuerza y puede llegar a destruir tu paleta. En un abrir y cerrar de ojos, has pasado a la tonalidad monocromática. Yo quiero vivir la vida a colores, cada día el que me toque. Desde el negro al amarillo, el rojo y el violeta. Hoy tendré que concentrarme en el negro para dejarlo salir, sin complejos, llorar lo que pudo ser y no fue. La vida está llena de posibilidades y e imposibles. La alegría va de celebraciones y la pena de ausencias, partidas y expectativas rotas. La pena también me conecta conmigo misma, con mis vulnerabilidades, con esa parte blandita y elástica de mí misma. Cuánto más siento mi pena más consistencia me doy y mas gaseoso el negro. La pena fiel amiga para cerrar puertas para siempre y darte fuerzas para abrir otras. La pena necesita de quietud y silencio, recogimiento y canal hacia dentro. Hay que estar concentrada para abrir el canal y que tus lágrimas vayan limpiando la zona y ablandando la masa. Hoy estoy con mi pena, que se va convirtiendo en penita. De negro charol va pasando a gris marengo. Hoy que tengo tiempo y tranquilidad la quiero sentir. Pudo ser y no fue. No nos queda otra. La vida es así. Hoy penita te pongo un altar.